Me regreso a Monterrey

Cuando se tiene una familia conservadora y muy católica, y por lo mismo homofóbica, a veces lo mejor es estar lejos y tratar de vivir en el mundo que una poco a poco construye, con la familia que una misma elige. Pero siempre los tiempos se adelantan o nos presentan un panorama muy distinto al que esperamos.

Tengo casi cinco años en el DF y no estaba en mis planes regresar a vivir a Torreón, al menos no en los próximos cuatro años pues quiero terminar la universidad. Me gusta la capital, la disfruto, la camino, la hablo, la respiro. A pesar de su grisura, a pesar de la contaminación, a pesar del tráfico.

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Exilios de colores

Cambiar de ciudad, cambiar de país, implican costos que pagamos de una u otra manera. Es una vuelta sin retorno, un exilio voluntario, por nombrarlo de alguna manera. Exilios con muchos matices, todos diversos, de múltiples colores y sabores, pero hay otro del que nunca se habla: el exilio familiar. Las que optamos por estilos de vida distintos tenemos que buscar y construir familias alternativas, pues no siempre tenemos la aceptación y respeto en nuestra familia de origen.

Ahorita estoy leyendo el último libro de Carlos Fuentes, Todas las familias felices, es el primero que leo de él, todavía no lo termino así que todavía no puedo decir si me gusta o no. Esto viene a cuento porque en una de las historias hay un fragmento que me retrata tal cual, en este exilio familiar en el que vivo, con una familia que es mía, pero que ya no me reconoce. Aquí se los transcribo:

Yo le juro a usted que un cacho enorme de mi alma seguía amarrado a la vida que dejé, al pueblo, al mercado, al ruido de burros y cochinos y guajolotes, los lechos de petate, las cocinas de brasero, los guisos pobres, los olores ricos… Sólo que al regresar al pueblo los domingos y días de guardar, era como ofender a los que se quedaban, refregarles en la cara que yo pude salirme y ellos ya no. Le juro que no es purita sospecha. Un día volví por puritita emoción, señora, eso que ustedes llaman “nostalgia”, y primero nadie me reconoció pero cuando se corrió la voz,
“Es José Nicasio que ya regresó”
me miraron con tanto rencor unos, avaricia otros, distancia los más señora, que decidí ya nunca volver al lugar de dónde salí. Pero ¿puede uno cortarse para siempre de sus raíces? ¿No nos queda algo que duele, como dicen que sigue doliendo un brazo amputado…? No podía regresar a mi pueblo. Podía solamente regresar a las ruinas de mi pueblo y desde ahí contemplar serenamente a un mundo que era mío pero que ya no me reconocía. El mundo en denantes del mundo.